Hay una escena en Kolya donde el músico pierde al niño en una estación de metro. El pequeño sube las escaleras eléctricas sin estar consciente, solo mirando atento y con unos enormes ojos de plato, los murales soviéticos que estampaban la pared. Trabajadores, obreras y campesinos, todos en coreográficas posiciones que exaltaban al mejoramiento patrio y al orden.
Nunca supe qué le sucedió a la decoración de la estación que conocí en la película - se llama Andel y está en la parte suroeste de la ciudad, al otro lado del Voltava-. La que encontré poco se parecía. Me provocó tristeza no poder encontrar esos escombros de fetiches comunistas que esperaba toparme -ya estaba ilusionado-; sin embargo encontré el por entonces flamante nuevo edificio de Nouvel, el Zlaty Andel.
Eso es Praga, un plato hecho de pedazos viejos y contemporáneos apelmazados, amontonados y resquebrajándose el uno con el otro. Hasta la modernidad es nostalgia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario