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Sin querer los objetos se transforman en otros objetos; cambian de significado y uso. Se convierten en otros objetos que acaso se parecen a los primeros solo en la forma.
En los primeros años ochenta se formaba mi primer recuerdo, o por lo menos lo que he pensado como mi primer recuerdo: un sillón verde donde gozaba recostarme por apenas tener el tamaño para extender las piernas de niño de 3 años -me gustaba el terciopelo del forro, y ver la luz filtrada que traspasaba el patio y me quemaba las mejillas mientras dormía-.
Al mismo tiempo, aunque muy lejos de ese soleado patio, se construía uno de los principales sucesos históricos de los años ochenta: probablemente no el más importante, aunque muy seguramente el primero de una serie que resultaron en la implosión de la URSS y con esto, la caída de un sistema de ideas y circunstancias que dominó la humanidad -que no es poco decir-.
Las fotos que soldados soviéticos tomaron mientras la campaña afgana, pasaron de ser instantáneas espontáneas, a hermosas evocaciones de la tragedia anunciada; documentos gráficos de extranjeros en el país invadido que capturan imágenes que se convierten en reflexión documental.
Belleza de la nostalgia y de lo trágico, del encanto patético que es la desgracia humana.
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