viernes, 28 de marzo de 2008

Tokio Blues 1




…Me hablaba de un pozo. No sé si existía en realidad o era alguna imagen o símbolo que solo existía para ella. Como tantas otras cosas que, en aquellos días inciertos, entretejía su mente. Sin embargo, después de que Naoko me hablara del pozo, he sido incapaz de imaginarme aquel prado sin su existencia. La figura de un pozo que jamás he visto con mis propios ojos está grabada a fuego en mi mente como parte inseparable del paisaje. Puedo describirlo en sus detalles más triviales. Se encuentra en la linde donde termina el prado y empieza el bosque. Es un gran agujero negro de un metro de diámetro que se abre en el suelo, oculto hábilmente entre la hierba. No lo circunda brocal alguno, ni siquiera un cercado de piedra de una altura prudente. Se trata de un simple agujero abierto en el suelo. Aquí y allá las piedras del reborde, expuestas a la lluvia y al viento, han mudado a un extraño color blancuzco, se han agrietado y han ido desmoronándose. Unas lagartijas verdes se deslizan entre las grietas. Sé que si me asomo y miro hacia adentro no veré nada. Es muy profundo. No puedo imaginar cuanto. Y está tan oscuro como si en una marmita alguien hubiera cocido todas las negruras de este mundo.
-Es muy, pero que muy profundo –decía Naoko escogiendo cuidadosamente las palabras. Ella hablaba así a veces: muy despacio, buscando los términos adecuados-. Es muy profundo. Pero nadie sabe donde se encuentra. Claro que está por allí, en algún sitio. Eso es seguro.
Y, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de tweed, se volvió hacia mí como diciendo: “¡Es verdad!”


Haruki Murakami, Tokio blues Norwegian Wood.

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