12 de Marzo de 2008. Terminal 2 del aeropuerto de la Ciudad de México, horas antes de tomar el avión que habría de traerme de vuelta a Torreón. Apenas paso los controles de revisión, camino buscando un Starbucks. Necesito cafeína, mucha cafeína en versión fría y frapé. Ha sido un viaje agotador. Mi cabeza apenas puede ordenar las ideas, solo quiero recibir silencio y aislarme del mundo exterior que me ha dejado exhausto desde hace semanas.
Todo brilla en la T2, huele a nuevo y la gente se ve más feliz. El chai latte también sabe mejor. ¿Es esto México? No lo parece.
Me encantan las librerías, a excepción de las que están en los aeropuertos. Son caras, pequeñas, comerciales, asépticas, increíblemente carentes de personalidad (no recuerdo el nombre de alguna) y todas en todos los aeropuertos y en todos los países se parecen entre sí.
Sin embargo necesitaba un libro, las tres horas que tendría que esperar eran la eternidad. Así me encontré con Tokio Blues. Y no voy a negarlo, influyó el fenómeno mediático que hay alrededor de Murakami para que me animara a comprarlo. Tampoco es que había muchas opciones.
Curioso, la historia comienza en un avión. Watanabe el protagonista, escucha Norwegian Blues (de los Beatles) -versión aeroportuaria-; le vienen imágenes y recuerdos de su juventud, de esos años sesentas, más violentos, dolorosos y trascendentales para él que para el mundo.
Apenas iba a subir a mi avión y ya estaba prendido del libro. Como pulga a la piel. Las tres horas habían pasado rápido, los hielos del té chai latte hacía mucho tiempo se habían derretido.
Ciertamente lo mejor de la literatura iberoamericana (para un iberoamericano) es la proximidad cultural. Leernos es vernos al espejo.
Nunca antes había leído autores japoneses. Y es que me daba un poco de terror las diferencias culturales, ser incapaz de no entender el sentido del libro. Murakami entonces era una ventana a un paisaje que no conocía. No me arrepiento, fue buena decisión: sencillo, claro y bastante amigable para un comienzo.
Quienes han leído a Murakami coinciden siempre en resaltar las maravillas de su narrativa. Fluida, rítmica, adictiva, ligera como aire de noche de verano, hipnótica como murmullo de una fuente. No exageran, la prosa de Murakami es impecable. La trama es en apariencia sencilla. Las vidas de los personajes se mezclan y se difuminan entre sí; son frágiles, cargados de humanidad individualista y solitaria; cada uno luchando en su propia tragedia.
Sexo y suicidio
En marzo de 1945, justo antes que los gringos llegaran a Okinawa, los militares japoneses incitaron al suicidio a la población civil, sobre todo entre las mujeres, ancianos y niños.
Más de 500 personas perdieron la vida; se arrojaron por los acantilados, hicieron estallar granadas, se colgaron. Lo importante era morir antes que el imperio cayera.
Si no había leído ningún autor japonés hasta ahora era por temor a no entender una cultura que poco conozco; se precisa tener cierto conocimiento sobre costumbres y tradiciones particulares que en otras sociedades representan aspectos muy diferentes.
Leyendo a Murakami encontré dos elementos de llamar la atención, el sexo y el suicidio.
En México podremos ser: flojos, alegres, dicharacheros, jodidos, prietitos, burlones, religiosos, niñeros, mentirosos, corruptos, familiares, con-sobrepeso, inocentes, poco-educados. Nunca, nunca suicidas. Nuestra relación con la muerte va por otro lado. El suicidio no es tema que nos defina, que lo hay y lo habrá eso es un hecho; solo que no trasciende como tema en la vida del país.
Murakami aborda el tema del suicidio, que en Japón tiene una connotación diferente; es el pozo del que le habla Naoko a Watanabe al inicio de la historia; una patología del destino en la que uno cae y es incapaz de salir hasta que todo termina. No hay salida, no puedes trepar el pozo porque es profundo, y al caer seguramente has resultado herido e incapacitado para moverte.
Depende solo del destino, de la suerte de cada uno en caer al pozo.
Todo brilla en la T2, huele a nuevo y la gente se ve más feliz. El chai latte también sabe mejor. ¿Es esto México? No lo parece.
Me encantan las librerías, a excepción de las que están en los aeropuertos. Son caras, pequeñas, comerciales, asépticas, increíblemente carentes de personalidad (no recuerdo el nombre de alguna) y todas en todos los aeropuertos y en todos los países se parecen entre sí.
Sin embargo necesitaba un libro, las tres horas que tendría que esperar eran la eternidad. Así me encontré con Tokio Blues. Y no voy a negarlo, influyó el fenómeno mediático que hay alrededor de Murakami para que me animara a comprarlo. Tampoco es que había muchas opciones.
Curioso, la historia comienza en un avión. Watanabe el protagonista, escucha Norwegian Blues (de los Beatles) -versión aeroportuaria-; le vienen imágenes y recuerdos de su juventud, de esos años sesentas, más violentos, dolorosos y trascendentales para él que para el mundo.
Apenas iba a subir a mi avión y ya estaba prendido del libro. Como pulga a la piel. Las tres horas habían pasado rápido, los hielos del té chai latte hacía mucho tiempo se habían derretido.
Ciertamente lo mejor de la literatura iberoamericana (para un iberoamericano) es la proximidad cultural. Leernos es vernos al espejo.
Nunca antes había leído autores japoneses. Y es que me daba un poco de terror las diferencias culturales, ser incapaz de no entender el sentido del libro. Murakami entonces era una ventana a un paisaje que no conocía. No me arrepiento, fue buena decisión: sencillo, claro y bastante amigable para un comienzo.
Quienes han leído a Murakami coinciden siempre en resaltar las maravillas de su narrativa. Fluida, rítmica, adictiva, ligera como aire de noche de verano, hipnótica como murmullo de una fuente. No exageran, la prosa de Murakami es impecable. La trama es en apariencia sencilla. Las vidas de los personajes se mezclan y se difuminan entre sí; son frágiles, cargados de humanidad individualista y solitaria; cada uno luchando en su propia tragedia.
Sexo y suicidio
En marzo de 1945, justo antes que los gringos llegaran a Okinawa, los militares japoneses incitaron al suicidio a la población civil, sobre todo entre las mujeres, ancianos y niños.
Más de 500 personas perdieron la vida; se arrojaron por los acantilados, hicieron estallar granadas, se colgaron. Lo importante era morir antes que el imperio cayera.
Si no había leído ningún autor japonés hasta ahora era por temor a no entender una cultura que poco conozco; se precisa tener cierto conocimiento sobre costumbres y tradiciones particulares que en otras sociedades representan aspectos muy diferentes.
Leyendo a Murakami encontré dos elementos de llamar la atención, el sexo y el suicidio.
En México podremos ser: flojos, alegres, dicharacheros, jodidos, prietitos, burlones, religiosos, niñeros, mentirosos, corruptos, familiares, con-sobrepeso, inocentes, poco-educados. Nunca, nunca suicidas. Nuestra relación con la muerte va por otro lado. El suicidio no es tema que nos defina, que lo hay y lo habrá eso es un hecho; solo que no trasciende como tema en la vida del país.
Murakami aborda el tema del suicidio, que en Japón tiene una connotación diferente; es el pozo del que le habla Naoko a Watanabe al inicio de la historia; una patología del destino en la que uno cae y es incapaz de salir hasta que todo termina. No hay salida, no puedes trepar el pozo porque es profundo, y al caer seguramente has resultado herido e incapacitado para moverte.
Depende solo del destino, de la suerte de cada uno en caer al pozo.
La traducción
Impresionante, creo que el trabajo de un traductor es más bien ser intérprete.
Lourdes Porta Fuerte hace un gran trabajo, incluye notas de fondo con explicaciones culturales –muy apreciado en mi caso-.
A veces demasiado ibérica en ciertos términos, pero finalmente un trabajo impecable.
Retrospectiva
Murakami se ha convertido en un fenómeno mediático, en autor de culto con todo lo positivo y negativo que acarrea. Su obra está sobre la línea que divide el best-seller hiper-comercial y la lectura culta.
En lo personal creo que hay que esperar con paciencia. Un libro no son sus letras, son los ojos de quien lo lee. Hay que dejar que pase el tiempo, releerlo, darle otras lecturas en otros contextos; solo eso definirá en que parte de la línea se encuentra Murakami.
Tokio Blues es como un jardín Zen. Una vez dentro, el tiempo y la vida cambian. No hay elementos que sobren, todo tiene un porqué. Se requiere observar detalladamente los elementos y relacionarlos. Es una lectura contemplativa, donde cada quien saca sus propias conclusiones. Afortunadamente el jardín esta hermosamente armado. El tiempo pasa rápido estando dentro.
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