jueves, 8 de mayo de 2008

El fin de semana de los 42 muertos

a Román Nicolás Cortés.


Soy afortunado.
Cerca de casa, hay un campo de golf que por la noche se llena de aire fresco, haciendo que las caminatas nocturnas sean bastante agradables.

Tengo una educación superior, en un país donde la media de la población apenas terminó la escuela secundaria. Ya ni mencionar el nivel en el medio rural o las comunidades indígenas, que son la eterna vergüenza de México.

Hago tres comidas al día; con verduras frescas, carne y pescado una vez a la semana. Consumo regularmente vino tinto y evito la comida chatarra. Caso aparte en el estado más obeso de México. Curiosa realidad donde la gente puede tener sobrepeso y anemia al mismo tiempo.

Leo siempre que puedo. Leo en este lugar donde pocos lo acostumbramos, donde las librerías que recordaba visitar cuando niño cerraron para dar lugar a negocios más “modernos”, o por lo menos rentables: sex shops, videoclubes, chacharerías de todo-por-once-pesos.

Vivo en el municipio más próspero de mi estado, en el barrio más acomodado. La gente de por estos lugares tiene visa para ir y venir a los Estados Unidos; la mayoría tiene conexión de alta velocidad a internet, un coche por persona y alguna casa de campo cerca de la ciudad.

Claro, las cosas no funcionan igual para todos; menos en un país como éste.

Román Nicolás Cortés murió el domingo por la tarde del fin de semana; era su día de descanso, y dos balas lo atravesaron justo fuera de su casa, en un barrio muy diferente al mío.
Nunca lo conocí. Es más, apenas si supe que existía cuando leí la nota del periódico. Nicolás era policía y su muerte se relaciona con una estruendosa balacera que pasó muy cerca del campo de golf, justo un día antes. Aparentemente un conflicto entre las mafias locales, cada vez más comunes.

Román tenía 29 años y vivía en la colonia Tierra y libertad, un montón de casitas autoconstruidas entre historias de familias humildes y ladrillos. Con graves problemas sociales, consecuencia del olvido político y la pobreza.
Muy seguramente en 1998, mientras yo me decidía entre estudiar economía o arquitectura, Román se daba cuenta que su futuro estaba en la policía. Y es que con una pobre educación pública y carencias económicas las opciones para decidir el rumbo de vida no abundan.
Según las cifras oficiales*, es muy probable que Román no haya terminado la escuela secundaria, necesitara terapia psicológica y sufriera de sobrepeso o diabetes; peor aún, Román habría tenido un coeficiente intelectual inferior al nivel medio, como la mayoría de los policías mexicanos.

Román se convirtió en uno de los 42 muertos que se llevó el fin de semana en México (solo asesinatos por violencia, cifra espeluznante). Justo hace un año, me sorprendí como nunca por que observé el convoy militar más grande que jamás haya visto en la Laguna; eran cerca de 25 camiones, cada uno con unos treinta soldados. Llegaban de las zonas militares de otras partes del país, eran la parte visible del proyecto calderonista de la lucha contra el narco.

El país se militarizaba, término que incomoda y lastima. Sin embargo la violencia no disminuyó, todo lo contrario; pasaron algunos meses, y en algún fin de semana de Enero se anunciaron 21 muertos en el país. Pensaba que habíamos tocado fondo hasta saber que Román fue el número 42 de otra mucho más violenta semana.

En mi pequeña realidad no pasa nada. El campo de golf sigue verde y fresco en las noches, disfruto igualmente mis tres comidas diarias; mi cotidianeidad es la misma. Las balaceras no me han limitado a dejar de salir de casa. Mi barrio es muy seguro, y en general toda la ciudad lo sigue siendo. La violencia se acota en zonas muy determinadas y en momentos del día muy específicos. Sin embargo todo esto no deja de doler; tanto que punza el alma.

Todos sabemos del tema; sin embargo lo evadimos. Los periódicos tratan mayoritariamente otros temas más vendibles y menos polémicos; la gente habla de fútbol, televisión y clima.

Hablar públicamente del narco y la violencia puede ser peligroso; las mafias ya no están en las montañas o en la costa, cultivando o pasando droga a los Estados Unidos. Son nuestros vecinos, manejan negocios poderosos, van a la misma Iglesia que nuestra familia y son, muchas veces, importantes políticos. Es un cáncer que desde hace mucho está dentro de las estructuras sociales del país.
Por eso la evasión de la realidad; no como opción consciente o responsable, más bien analgésico de conciencia social; solución fugaz y estúpida, aunque necesaria a veces. Hemos tenido el peor año de violencia en La Laguna; la política sigue igual de corrupta y el narco cada vez más toma control de la ciudad. La verdadera realidad duele, y mucho; por eso esta evasión histórica de la clase alta mexicana -de los honrados-. De tratar como si no pasara nada, de encerrarse en hermosos ghettos con campos de golf y jardines diseñados por paisajistas, según las últimas tendencias de Miami; años luz de la colonia Tierra y libertad, donde Román vivía y dejo de vivir.

Soy afortunado por pertenecer a esta clase y poder caminar cerca del campo de golf por las noches. Tan afortunado que no deja de doler.


* Estudio realizado por la Secretaría de la Función Pública: http://www.jornada.unam.mx/2008/04/09/index.php?section=politica&article=018n1pol

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