domingo, 3 de agosto de 2008

El silencio de Kar


Dos de la mañana, sin querer dormir. Acostado y prendido de las últimas páginas del libro que hacía apenas dos semanas compré en Gandhi frente a Bellas Artes. No quiero dormir sabiendo que al día siguiente no disfrutaré leer el último párrafo, así que decido terminar el libro, sin más sonido que el motor del aire lavado que gira gravemente, con un arrullo que nadie nota.
Cambio de posición: ahora estoy bocarriba y junto a la lámpara que ilumina bien la totalidad de la página... Y entonces regreso a Turquía, a ese pueblo extraño olvidado de Dios y de todos. Un lugar miserable que sufre más por el recuerdo de mejores años que por su pobreza; se llama Kars y por aquellos días la nieve no dejaba de caer.


"El silencio de la nieve, pensaba el hombre que estaba sentado inmediatamente detrás del conductor del autobús. Si hubiera sido el principio de un poema, habría llamado a lo que sentía en su interior el silencio de la nieve." Orhan Pamuk, Kars





I Turquía no es tan lejos.

Me explico: cualquier chilango podría sentirse como pececillo en su agua paseando en Estambul más que en cualquier otra ciudad europea, incluyo las españolas. Ruidosa, fragante, caótica y siempre llena de ese encanto jocoso, Estambul, sino fuera por los minaretes, bien pareciera un pedazo de este país. Nisantasi y Polanco, Sultanahmet y el Centro, Beyoglu y La Condesa.

Asombran las coincidencias: con otro México en Los Angeles y Chicago; otra Turquía en Frankfurt y Hamburgo. Países de contrastes, de violencia, de historia aplastante que niebla la visión presente. El envoltorio difiere, el contenido es prácticamente el mismo, incluida las dos pasiones nacionales, el futbol y las telenovelas.


La televisión turca transmitió Los ricos también lloran por eso de primeros años noventa, convirtíendose probablemente en el primer contacto cultural masivo mexicano; le cambiaron el nombre por Mariana, tomado del personaje que interpretaba la ahora chichona, ruca-botóxica, y madre-avergonzada de Vero Castro. Todas las tardes , escribe Pamuk en Kars, el pueblo entero se sentaba junto al televisor a ver las desgracias de la chaparrita en aquel mundo injusto, a veces tanto como su propia existencia.



Esperando al ferrocarril en camino a Kars; curioso:el niño rubio se parezca a Ataturk.
foto de La comunidad de El País.



II ¿Y dónde demonios esta Kars?



En una lista de lugares que merecen el título de fin del mundo, y no lo digo por geografías sino por lo existencial –existe en el límite al límite-, donde acaba occidente; allá al final de Turquía y justo antes de topar con un muro cerrado que es una frontera donde no se permite cruzar.
Tierra pobre, de pobres y kurdos y armenios e islamistas, todos lo más bajo de la sociedad turca. Una chabola, conventillo, favela o ciudad perdida: ¿No empezaría ahí la esperanza mas ínfima de cualquier hombre?

Esta periferia humana es el escenario que Pamuk escoge, donde termina su país y los problemas se juntan como en las coladeras, más a la fuerza y sin desearlo, y es que esa combinación de islamismo fundamentalista, ignorancia y pobreza, terrorismo kurdo y nacionalismo ataturkista –todos en elevadas concentraciones- producen esta mezcla cáustica que se vuelve compleja y asombrosa por su fragilidad y por despertar los más terribles vicios del ser humano.




Ahí entra KA, el poeta y pretexto de la historia, que vive tranquilamente en su exilio en Frankfurt hasta que la noticia de la muerte de su madre lo hace regresar a Estambul, y de ahí ofrecerse como voluntario para cubrir una nota periodística sobre una serie de suicidios que algunas mujeres jóvenes de Kars han estado cometiendo.
Pamuk escribe como si afilara cuchillos; la novela es rica en ideas y pudiera llegar a tener diferentes lecturas, todas profundas y punzocortantes; justamente este punto se convierte en la fortaleza y debilidad del libro: una profunda multidimensionalidad absoluta que pudiera convertirse en un laberinto bastante complejo de argumentos aparentemente sin fondo. Pamuk es Pamuk, y lo aligera con una narrativa sencilla que sutiliza la estructura que se deja detrás mientras se lee, engañando y haciendo creer que la historia es más sencilla. Es hasta la última palabra de la última página que aparece la sensación del enorme peso y complejidad de la historia; es solo hasta que la última idea se pasa con la vista que aparece la retrospectiva definitiva de esa enorme y compleja red de recuerdos, tragedias e historias de KA en Kars.

"Por un segundo se sintió vieja. Pero también sintió que podía ser capaz de envejecer en paz aceptándolo y de ser lo bastante inteligente como para no pretender nada más del mundo" OP





III KA-KAR-KARS

Lost in translation, como en la película así paso con el libro; se perdió el importantísimo juego de palabras que es la médula de la historia: KA-KAR-KARS.
KA: Kerim Alakusoglu, el personaje central, o más bien el pretexto de la historia.
KAR: Nieve en turco. Un leitmotiv literario; la nieve es la escenografía, el tiempo y la metáfora.
KARS: el pueblo de la historia; el teatro que es al mismo tiempo prisión, donde es imposible salir hasta que el destino quede cumplido y la nieve descubra las carreteras y vías.

Aquí una sinopsis del libro:

http://efinews.blogspot.com/2007/01/nieve-de-orhan-pamuk.html

(buscar la del sábado 6 de Enero de 2007, esta buena y por cierto un saludín al amigo argentino EFINEWS de Tucumán que la escribió).





El copo de nieve de KA; cada copo representa una vida, y en éste el poeta sintetiza la suya y cada punta es un poema que ha ido escribiendo en su estancia en Kars.




IV Leer a Pamuk

KA huele a Negro, el protagonista de Me llamo Rojo; Nostálgicos, y conscientes de la discapacidad humana para ser feliz. Discapacidad universal y contemporánea, oculta entre objetos y personas, que solo pueden ver aquellos seres humanos extraordinarios, víctimas de ese regalo que es más bien la peor de las condenas.

KA es el exilio en todas sus significados, sobretodo la del hombre que huye de sí mismo, de sus otras dimensiones. Ka se esconde en la eterna monotonía de las calles de Frankfurt, sedado con películas porno y una vida cotidiana que pretende contener el veneno mortal de su sensibilidad de poeta.

Y así llegaron las cuatro de la mañana, ansioso por cerrar el libro, tratando de digerir el final de la historia. Si alguien me llegara a preguntar qué es lo mejor de leer, respondería que es ese momento en que el cerebro se satura, consciente que la historia termina, que todo esta a punto de adquirir su forma definitiva.

Alargué el brazo y apague la luz, poco lúcido de lo que hacia.

Estaba en Kars todavía, pensando en el tren de Orhan que lo llevaba de regreso a Estambul dejando atrás la historia de KA y esa nieve acumulada en esos tres días que comenzaba a derretirse.

"Nadie nos puede entender de lejos" OP



1 comentario:

Patricia dijo...

Hola, muchas gracias, yo estoy leyendo ahora el libro...

Me ha encantado leer tu entrada

Un saludo