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En la Antigua Grecia, el ciudadano era la célula fundamental de la sociedad democrática; éste participaba activamente en la vida política buscando el mejoramiento común a partir de su individualidad. Idiota era la contraparte, designaba una persona desinteresada de los asuntos públicos, egoísta y carente de capacidad profesional; un individuo que goza de los beneficios de la democracia, pero que no asume sus responsabilidades para sostenerla.
Quien es idiota no busca el perjuicio social voluntariamente, sin embargo, pasividad nunca es neutralidad y sin darse cuenta no hace mas que darle fuerza a la avalancha. Vivimos rodeados de idiotas y seguramente hemos sido idiotas en repetidas ocasiones de nuestra vida, sin pensarnos causantes de ningún perjuicio, evadiendo incluso la responsabilidad de nuestra apatía.
Y es que el mejor escenario para cualquier gobierno es dirigirse ante idiotas, incapaces de pedir cuentas y de saber exigir lo que es un derecho. Ahora experimentamos un doloroso aprendizaje social, sin querer debemos de convertirnos en ciudadanos y aprender a cumplir nuestras responsabilidades cívicas, y es que en doscientos años de vida independiente, ser ciudadano es novedad. Los mejores gobiernos del país han sido dictaduras “eficientes”, que han traído desarrollo económico aunque con el eterno problema de la desigualdad e injusticia social, sin embargo es el único marco referencial de “buen gobierno” en el imaginario popular, no sorprende entonces encontrar las comunes nostalgias al Porfiriato y al PRI pre-68.
En 2000 votamos por lo que esperábamos fuese la nueva dictadura perfecta: una que no lo pareciera por haber sido electa democráticamente, pero funcionara como tal, con un gobierno centralizado en las idealizadas esperanzas del inexistente nuevo proyecto nacional, que nos permitiera como sociedad participar en lo aparente y pensarnos dueños de nuestro futuro, pero que en realidad nos solucionara los problemas nacionales sin exigirnos responsabilidades. Queríamos los triunfos y los resultados sin pagar ni comprometernos en lo absoluto.
A ocho años de la transición a la democracia en México nos damos cuenta que las cosas han cambiado poco: continúa el país corrupto, inoperante y dolorosamente desigual; el cambio ansiado después de la dictadura priista no ha llegado todavía. Pensamos que solo por NO votar al PRI, el panorama se transformaría al inaugurar la vida democrática en México y el progreso social y económico habría de llegar como consecuencia natural.
Somos idiotas por no participar, por no querer aprender a hacerlo y sobre todo por confiarnos en las buenas intenciones electorales de nuestra clase política.
¿Cómo dejar de ser idiotas?
3 recomendaciones
- Leer una columna editorial al día. De cualquier ideología, autor o fuente, que según el criterio personal permita darnos lucidez sobre la vida nacional.
- Pertenecer a una agrupación como asociación civil, u ONG y participar activamente, sin buscar lucro o beneficio personal directo. Una manera activa de participar dentro de la ideología de cada individuo, a construir una mejor comunidad.
- Votar en todo su proceso, desde investigar al candidato, asistir a las urnas y conocer y hacer uso de los mecanismos para la rendición de cuentas.
martes, 16 de septiembre de 2008
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