sábado, 8 de diciembre de 2007

Nuria en Atocha


Dedicado a Nan-Lo


El café humeaba. De la superficie salían hilos de vapor que bailaban perdiéndose en el infinito del aire de la estación de Atocha.


- ¿Es que nunca llegará? Se preguntaba Nuria constantemente mientras esperaba que su café tuviera una temperatura bebible.


Nunca le gustaron las bebidas calientes; ni siquiera en el invierno. De niña, su madre la obligaba a tomar todo a casi punto de ebullición, como era costumbre en su familia, sin embargo Nuria nunca pudo pertenecer a su familia por este medio. Valoraba más una lengua sana que una costumbre basada en torturar a su boca. Bastante tenía ya con comer guisantes (odiaba los guisantes).


Manuel le dijo que llegaría a Atocha, solo que no le especificó la hora. Nuria era un manojo de nervios; esperaba, iba y venia, observaba su café y contaba los hilos de vapor, tomaba el móvil, lo guardaba repitiendo todo esto varias veces antes de repetir:


- ¿Es que nunca llegará?


Hacia dos años que vivía en Madrid. Decidió dejar Cuenca cuando supo que de continuar viviendo al lado de su madre, llegaría a tomar café caliente y se casaría finalmente con un hombre que no quería. El hombre se llama Pepe, y vive todavía en Cuenca. Sus madres se frecuentan desde la escuela primaria, y no sorprende que el plan matrimonial haya sido promovido por ambas. A Pepe la idea de la boda con Nuria ni le viene ni le va; es un hombre bueno y sencillo que no pide mucho, cualquier mujer que fuese capaz de dormir por el resto de sus días a su lado, y aguantarle una extraña obsesión por jugar dominó, cartas, ruleta, dados y cualquier otro medio donde la suerte –y Dios- intervengan. Cabe decir que Pepe no apuesta, o si lo hace los montos son pequeños. Es solo que disfruta como ninguna otra cosa palpar la incertidumbre que le da el juego. Y es por eso que la obsesión es por demás extraña.


El café se enfriaba, y se anunciaba la salida de un tren de cercanías. Nuria alzaba la vista y veía la gente a su alrededor.
Siempre le habían parecido extrañas las estaciones. Gente tan diferente aglomerada en un espacio-tiempo específico. Un mundo de historias y de universos unidos debajo de esa cubierta metálica que era Atocha. Y ahí estaba ella, mirando su café, esperando a Manuel y repitiéndose si es que de verdad nunca llegaría.


Se fue la tarde del seis de enero y si llegó a Madrid es porque era el primer tren que pudo tomar antes que Pepe llegara a buscarla a la estación. Primero pensó en ir a Sevilla con su prima Ana, solo que la idea de seguir unida a esa extraña familia –su familia- le resultaba poco atrayente. Llegó a Madrid horas después, y se encontró con una ciudad en fiesta: dulces, luces y mucho ajetreo. Chocolate y churros por todas partes. Aquel Madrid de Reyes era su primer encuentro con la ciudad.


Trataba de no pensar en Cuenca, su madre o Pepe. Había decidido huir minutos después que supo que éste le propondría matrimonio de manera formal. Tuvo poco tiempo para decidir que hacer; ni siquiera pudo empacar, solo trajo el dinero que había estado ahorrando durante dos años y que tenia escondido en un viejo bote donde antes guardaba azúcar.
El sol de Madrid dejaba los últimos rayos que apenas entraban por la estación. Las luces comenzaban a encenderse iluminando el ajetreo de manera uniforme. El café estaba sobre la mesa, intacto y frío. Nuria se había ido.


En la bocina se anuncia un tren a Cuenca, que saldrá del anden 14 en pocos minutos.
Nuria observa el vidrio del vagón mientras piensa:


- Si lo veo, me bajo del tren.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y la interesada, bien gracias, nomas no ha opinado

Anónimo dijo...

Casi siete meses después " la interesada" por cosas del destino da con este blog.
Me encantó la manera en que manejaste la historia, de verdad sentí que estaba nuevamente en Atocha, me hiciste trasladarme unos años atrás y otros tantos hacia adelante.
¿Qué fue primero? la historia o la foto?

LA INTERESADA