viernes, 11 de enero de 2008

Sobre lo incierto





Preámbulo

Ayer miraba la caja de los documentos pendientes por revisar, el montón de papeles que por una u otra razón nos negamos a regalar al servicio municipal de limpieza, y encontré este texto que hice en 2006 para una clase en la UNAM.

El texto trata sobre la incertidumbre, o más bien su relevancia en esta nuestra particular época a la que llamamos posmodernismo, o postmortemismo.
Ciertamente no pretende llegar a ninguna parte; ¿Cómo hacerlo? cuando el eje es la incertidumbre.




Sobre lo incierto
2 de Mayo 2006, Ciudad de México


“El principio de incertidumbre nos quita toda posibilidad de asegurar la exacta repetibilidad de un fenómeno cualquiera”
Marina Waisman.




Los espectaculares avances tecnológicos y científicos de las épocas recientes fueron capaces de crear un espejismo de progreso continuo. La humanidad pensó por primera vez, si no haber vencido, por lo menos haber sido capaz de controlar la naturaleza y su entorno.

En pocas décadas la esperanza de vida media del ser humano pudo incrementarse casi al doble. Se descubrió la manera de combatir enfermedades que habían mermado la población desde hacía siglos. El comercio y el avance de las comunicaciones fueron capaces de interconectar un planeta antes fragmentado, bajo la dirección de los acotados ideales del progreso occidental.
Sin embargo el siglo veinte se convirtió en la muerte anunciada del espejismo del progreso. Tras la borrachera de optimismo eufórico prosiguió una larga resaca de incertidumbre. El miedo se hacía presente en el acontecer cotidiano una vez más. Calentamiento global, guerra nuclear, terrorismo, hambruna, multiculturalismo, pobreza, desigualdad social, genocidio, intolerancia, fanatismo, pandemias, anarquía. La humanidad regresaba a una realidad que ciertamente nunca sobrepasó.

El regreso a lo incierto trajo consigo la pérdida de un punto de referencia, un proceso divergente y centrífugo en la implementación y práctica de los valores humanos. En este complejo proceso histórico ha surgido el miedo de la supervivencia ante un futuro difuso.

El miedo es natural en todas las sociedades, en todos los seres humanos. Temer a lo incierto nos humaniza, haciéndonos concientes y autocríticos de las acciones a nivel grupal e individual. El miedo es un fenómeno cultural que varía dependiendo de su contextualización específica. Representa también la forma más común de organización del cerebro primario de los seres vivos. Se trata de un esquema orgánico de supervivencia. No es, en principio, nada anormal sino más bien lo común en un ser que tiene que adaptarse al medio en el que vive.

Miedo a los acontecimientos, miedo a uno mismo, miedo al padre, a la madre, a la autoridad, al trabajo, a la vida en general, son miedos que pueden catalogarse como normales siempre y cuando no interrumpan o coarten la actividad genérica del individuo o del grupo social. Pero ¿Hasta dónde es posible hacer del miedo un aspecto positivo, una manera dinámica y activa de convivir en un contexto incierto? El desarrollo armamentista, los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos dogmáticos, la crisis cultural entre el oriente y occidente sin duda representan la reacción extrema de un miedo ante lo que es diferente e impredecible. Ante lo incierto solo surgen preguntas que llevan a su vez a otras interrogantes.

Para Borges el desierto era el más grande de los laberintos, un lugar que sin muros o columnas encerraba al visitante en el infinito horizontal aislado de cualquier hito referencial. La condición de incertidumbre nos coloca como humanidad en un espacio similar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

probando?