domingo, 20 de abril de 2008

El incómodo Premio Pritzker




En fechas recientes el Premio Pritzker ha traído más polémica que admiración para sus ganadores. ¿Representa en realidad un reconocimiento a la arquitectura que hace historia, que construye sociedad?



I El Pritzker

Jean Nouvel, el arquitecto francés contemporáneo más conocido en el mundo acaba de recibir el Pritzker en el 2008.
La selección no sorprende. La fundación ha venido premiando un perfil ya muy determinado, donde la trascendencia de la obra arquitectónica no es necesariamente la primera prioridad. Todos los arquitectos vencedores tienen puntos en común: numerosas publicaciones y monografías, grandes despachos que producen diseño casi en masa para una multitud de multinacionales, dictadores o ciudades del primer mundo ansiosas por aparecer en el mapa de la novedad cultural; fama y poder de influencia, vanguardistas en la estética arquitectónica. En una palabra starchitects, término que representa una marca antes que un artista. Muy pocos escapan: Barragán, Murcutt, Fehn.

El premio se ha venido convirtiendo en un fenómeno mediático más que en un verdadero homenaje a la arquitectura. Sus criterios de selección son poco claros, y muchas veces terminan encasillando a los ganadores en su propio éxito; a repetirse y no experimentar.

La fundación Pritzker menciona en su página web el objetivo del premio, de manera un tanto breve y subjetiva:

“The purpose of the Pritzker Architecture Prize is to honor annually a living architect whose built work demonstrates a combination of those qualities of talent, vision and commitment, which has produced consistent and significant contributions to humanity and the built environment through the art of architecture.”

El objetivo del premio es difuso, en su amplitud termina sin definir nada claro, sin evidenciar qué se premia y celebra. A veces incluso pareciera salirse de su objetivo inicial de premiar la obra construida; como en el año 2000 que se le otorgó a Rem Koolhaas. Arquitecto hasta entonces más influyente por sus libros que por su obra edilicia. ¿Existe entonces una congruencia entre los objetivos iniciales del premio y sobre quien se decide finalmente como ganador?

La cuestión incómoda del Pritzker radica en su valor mediático. No es un premio de Colegio de Arquitectos de Provincia. Representa –aunque tal vez no lo sea- el más alto reconocimiento a la arquitectura que trasciende en la sociedad. De ahí su importancia en la historia, su necesidad de compromiso real, su obligación por definir y premiar valores verdaderamente progresistas en una sociedad pesimista. Al Pritzker se le considera el Nóbel de la arquitectura; injusta comparación, desde su inicio, y si bien con muchas polémicas, el discurso de la Fundación Nobel ha estado mucho más en contacto con el compromiso a favor del progreso de la humanidad. Penitencia de la conciencia de Alfred Nóbel.



II Nouvel


¿Es la obra de Nouvel una aportación directa y evidente al progreso humano?
El tiempo define finalmente a las obras que verdaderamente perduran; sin embargo el contexto inmediato no es necesariamente favorecedor para Nouvel. Sus edificios son espectaculares y vanguardistas, antes que un apéndice físico de un discurso teórico bien armado y congruente a la realidad social contemporánea.

Existen referentes históricos, donde la arquitectura ha sido un factor de cambio social e histórico: el movimiento modernista, en su primera etapa, buscó la emancipación de los cánones académicos de la arquitectura historicista. Cargado de fuertes discursos democráticos, funcionales y positivistas, desarrolló una morfología arquitectónica universal y revolucionaria, al servicio –por primera vez en la humanidad- de todo individuo.

En 1928, Margueritte Schütte-Lihotzky diseñó la cocina empotrada, modelo de todas las cocinas contemporáneas. Revolucionó un hábito ancestral del ser humano: preparar los alimentos; sistematizó el proceso y diseño espacios mínimos y herramientas accesibles para la clase trabajadora. Ahora apenas si es recordada, aunque haya modificado la vida de las familias modernas.

No es de poner en duda la genialidad de Nouvel para producir obras estéticas e inteligentes. El Instituto del Mundo Árabe, que lo hiciera famoso, representa una metáfora del diálogo de las civilizaciones. Un pequeño punto de coincidencia entre el occidente y el Islam, aparentemente tan disímiles. Un punto de excepción entre caricaturas de Mohamed, guerra en Irak y Afganistán, y el eterno y doloroso drama palestino.
Sus edificios inmateriales: la Fundación Cartier y la nunca construida Tour sans fin. Su fálica Torre Agbar, con esa hermosa piel que es espejismo y reflejo de luz de Gaudí. Su ampliación en el Reina Sofia.
Lo estético es difícilmente discutible en la obra de Nouvel. Solo que el premio más influyente del mundo peca de frivolidad al premiar solo la forma.
La arquitectura de Nouvel solo lo engrandece a sí mismo, y en segundo lugar a su cliente, quien adquiere un edificio de marca. Un producto conocido a nivel mundial incluso antes de ser construido.



III Dime de qué pata cojeas


¿Porqué la aparente frivolidad del Pritzker? ¿Porqué la ausencia de un discurso más serio y formal?
A finales de los años setenta, el mundo de la arquitectura tuvo por primera vez un premio con enorme capacidad mediática y económica. Detrás del proyecto estaba Jay Pritzker, rico empresario norteamericano propietario de varias empresas importantes, Hyatt entre ellas.
Si Jay Pritzker fue el mecenas, a Phillip Johnson le tocó ser en gran medida el cerebro. Su influencia por aquellos años era enorme en la arquitectura norteamericana; se convirtió en un referente que podría dar seriedad y legitimidad a un proyecto apenas incipiente. Johnson era el rey de las relaciones públicas en la arquitectura, un referente poderoso en las editoriales y en los principales museos (un tipo de Anna Wintour).
La conjunción Johnson-Pritzker resultó en el Premio que hoy conocemos. Si criticamos la valorización del edificio como objeto estético, trofeo de la sociedad corporativa y capitalista antes que como un factor de cambio social, hay que comprender el entorno donde fue planeado. La aparente frivolidad del premio viene desde su contexto, la suma del patrocinio de un poderoso grupo económico que observa la arquitectura como valor añadido al precio del bien inmueble y un arquitecto más celebre por sus anteojos y sus andanzas en diferentes lenguajes arquitectónicos que por su afiliación a corrientes de pensamiento verdaderamente trascendentales para la humanidad.
La arquitectura como arte, como medio de expresión se convierte en la excusa. El fin es la mediatización, las relaciones públicas. Saltan otra vez valiosas excepciones: Barragán, Murcutt, Fehn.

A casi treinta años de su primera entrega el Pritzker se ha convertido en una víctima (o engendro talvez) de una sociedad complejamente hipercapitalista, donde el valor y la experiencia de uso se minimiza a favor del valor económico del objeto. Son las casas editoriales, la lucha entre promotores inmobiliarios y alcaldes megalómanos –a veces dictadores- quienes crean la necesidad del starchitect. El problema no viene de la oferta, sino de la demanda. Así se inicia un ciclo que no termina. Que no se permite terminar.
La dictadura de los medios de comunicación acentúa la situación; la preferencia por lo inmediato, lo evidente, el best-seller se impone. La arquitectura se convierte en un hecho comercial generador de dinero antes que de cultura y calidad de vida.

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